"Los guardaparques somos la primera línea de acción para proteger la naturaleza”, explica Dharani Dhar Boro, recién llegado de la India. Lleva 24 de sus 52 años trabajando en el Parque Nacional Kaziranga y se siente orgulloso de lo que hace. “Cada día cuidamos el futuro de nuestros hijos”, dice.
Dharani forma parte de una legión de profesionales que hacen de su trabajo un compromiso vital. “El guardaparques no tiene una función específica. Somos agentes de conservación ecológica, que podemos hacer desde educación ambiental hasta gestión comunitaria o investigación”, cuenta el guarda costarricense de 32 años Leonel Delgado.
Sea en las Américas, África, Europa, Asia u Oceanía, los guardaparques se conocen cada brizna de hierba de los parques naturales que protegen. Son defensores de los pulmones de la Tierra. “Si tuviera que ir a hacer conservación del medio ambiente a la Luna, no me lo pensaría dos veces y allí estaría”, cuenta la joven Paola Yessica Pastoriza. Tiene 30 años y lleva cinco trabajando en el Parque Provincial Copahue de su Argentina natal.
Esas convicciones compartidas hacen que los guardaparques se sientan como una gran familia. “Puedo ir a cualquier parte del mundo y si encuentro a otro compañero guardaparques, sin necesidad de acreditación, me acoge con los brazos abiertos”, explica Osvaldo Barassi Gajardo. “Todos nos sentimos parte de un mismo trabajo, más allá de las fronteras; luchamos para que el mundo pueda sobrevivir”, declara este chileno de 29 años que lleva seis como guardaparques y ahora se encuentra en la Reserva Nacional Altos de Lircay.
300 custodios reunidos
Entre el 1 y el 7 de noviembre se celebró el VI Congreso Mundial de Guardaparques en la ciudad de Santa Cruz. Al evento asistieron más de 300 profesionales procedentes de 40 países de los cinco continentes. Cada uno, con una historia que contar.
“Ha resultado una experiencia muy estimulante, porque hemos compartido experiencias y sentimientos. Nos damos cuenta de que no estamos solos en el mundo”, evalúa Ana Carola Vaca, la primera mujer guardaparques en Bolivia, que fue la directora ejecutiva del congreso.
Durante siete días, los custodios de las áreas protegidas han compartido sus experiencias en selvas o montañas y dialogado sobre manejo de incendios y cambio climático y otros temas comunes. “Ahora me he dado cuenta de que ser guardaparque en Finlandia es mucho más fácil que en otros lugares del mundo: no tenemos actividades ilegales, sólo problemas naturales, como heladas o alpinistas perdidos”, resume Reeta Hyttinen, investigadora del Parque Nacional Pyhä-Luosto en la provincia finlandesa de Laponia.
Porque, este trabajo es peligroso. Cada año, decenas de guardaparques mueren en el mundo y no precisamente por ataques de animales silvestres, sino en enfrentamientos con contrabandistas de pieles, depredadores de recursos naturales o cazadores ilegales.
Faldas en las áreas protegidas
Históricamente, el oficio de guardaparques ha sido masculino. Esa realidad ha ido cambiando para las mujeres, que ahora ya no encuentran impedimentos a la hora de convertirse en profesionales del rubro. Al menos, eso pasa en la mayoría de los países.
“Bolivia es probablemente el país con menos mujeres guardaparques del mundo. Hay más de 300 profesionales en el sistema nacional y sólo siete u ocho son mujeres”, explica Carola Vaca. El año 1996, ella se convirtió en la primera profesional del rubro en el país. Recuerda que fue difícil: “Es una cuestión cultural, del rol de las mujeres en Bolivia... Yo he podido y estoy orgullosa, porque lo más importante para la familia boliviana de guardaparques lo ha logrado una mujer; he asistido a dos congresos internacionales, tres mundiales y he podido organizar el sexto en Bolivia”.
En el resto del mundo la situación no es tan compleja para ellas: “Sí, es difícil ser mujer en este oficio; sin embargo, desde hace un tiempo hay más presencia femenina en el sistema”, comenta la argentina Lidia Gimena Colipan. Esta indígena mapuche de 30 años nació en un parque nacional. Hace una década tuvo la oportunidad de capacitarse gracias a una reforma legal en su país que reglamentó el rol de los pueblos originarios en las tareas de conservación natural.
En Europa, la equidad en la profesión es una batalla ganada. “Es normal ser mujer y guardaparques en Finlandia. Alrededor de un tercio de los profesionales lo somos”, explica Reeta Hyttinen, después de escuchar las quejas de otras compañeras.
“Las dificultades y los peligros nos los ponemos nosotras mismas, en la mayoría de los casos”, cuenta la canadiense Rhonda Markel. Tiene 53 años y se ha pasado los últimos 18 ejerciendo como guardaparque en la Unidad de Campo Yukon. “Ésta no es tarea sólo de fuerza; podemos hacer muchas cosas como mujeres guardaparques. Yo no me veo haciendo otra cosa”, comenta.
Lisa Mwiinga, procedente de Zambia, comenzó su labor como guardaparque a corta edad, debido a que vivía en una comunidad vecina al Parque Nacional Mosi-Oa-Tunya, donde ahora es investigadora técnica de la vida salvaje. “No veo dificultades por ser mujer, soy capaz de hacer lo mismo que los hombres. Mi inspiración ha sido mi madre, que tiene 63 años y ha trabajado muy duro en la vida”, resume. Ahora Lisa Mwiinga tiene 41 años y no ha perdido la ilusión. “Es un trabajo muy exigente, pero no creo que pudiera ser banquera o secretaria: yo soy guardaparque”.
El futuro en sus manos
Airton Ferreira Gonçalves y Viviana Carolina Gómez Salgado han sido los participantes más jóvenes del congreso. Tienen sólo 22 años, pero ya han ganado experiencia ejerciendo su labor como defensores de la naturaleza.
Airton Ferreira trabaja como capacitador de nuevos guardaparques en la Asociación de Guardaparques de la Amazonia, Brasil. “Me especialicé como ingeniero agrónomo y adoro ayudar a las personas para mejorar su educación en el cuidado de la naturaleza. En este trabajo siento que puedo participar en la protección del futuro de mis hijos y de los hijos de mis hijos”, explica. A su edad ya realiza labores de conservación del medio ambiente y de mediador entre las comunidades amazónicas.
Viviana Gómez es voluntaria en el Parque Natural Nacional Chingaza de Colombia, y lleva cinco años trabajando en diferentes áreas. “Me hice guardaparques por amor a la naturaleza, no importa las dificultades con las que podamos encontrarnos”. Ella sabe de lo que habla: “Hace algún tiempo estuve a punto de perder a mi compañero. Nos encontramos con siete cazadores que mataban las especies del parque y, cuando los vigilábamos, nos dispararon. A un colega casi lo matan, pero no tenemos potestad para enfrentarnos a los delincuentes. Al final, los cazadores se fueron sin tener ningún castigo”.
Con todo, las recompensas pesan más que las dificultades. “Para mí, ser guardaparque es un sentimiento de vida, ya que soy hija mestiza de un pueblo originario”, explica la argentina Paola Yessica Pastoriza. “Ahora mi oficina tiene más de 20.000 hectáreas y, si quiero llorar o reír, puedo hacerlo sin miedo a que nadie me esté observando”.
Y con ella coinciden sus colegas en que una de las mayores ventajas de su trabajo es la libertad. “Pero no todo es bueno, porque no podemos estar con nuestras familias. A mi madre le preocupa que yo pueda tener miedo en el parque, cuando a mí me da más terror la ciudad”, concluye la argentina de 30 años.
En territorio nacional
Más de 300 guardaparques trabajan actualmente en el sistema de Áreas Protegidas de Bolivia. “La labor de los guardaparques es fundamental para el mantenimiento de los ecosistemas tan ricos y diversos del país. Aquí trabajamos pese a las deficiencias en el tema de equipamientos, en procesos de capacitación y profesionalización”, resume Robert Salvatierra, director interino del Parque Nacional Noel Kempff Mercado y vicepresidente de la Asociación Boliviana de Agentes de Conservación (Abolac).
Para ser guardaparque en Bolivia son necesarios unos requisitos mínimos como saber leer y escribir. Ayuda el mantener buenas relaciones con las comunidades que viven en los parques, pero lo fundamental para los expertos en el oficio es “amar, cuidar y respetar a toda la naturaleza”.
“No puedo negar que, de niño, me sentí influenciado por el guardabosques de los dibujos animados del Oso Yogui, que siempre andaba detrás del oso que robaba comida a los turistas”, cuenta Salvatierra con una amplia sonrisa. En la vida real, sin embargo, no faltan peligros y carencias para los custodios de las áreas naturales: “En Bolivia, los gobernantes no nos prestan la debida atención”.
Los enemigos verdaderos
“El guarda está expuesto a los riesgos de la naturaleza, como serpientes venenosas, inundaciones o incendios. Sin embargo, en Bolivia los decesos nunca han sido por cuestiones naturales, sino más bien por acciones humanas”, cuenta Salvatierra. Siete guardaparques han muerto en servicio en las áreas protegidas. “Lo más peligroso son los enfrentamientos con narcotraficantes, cazadores o madereros ilegales”.
Pero las acciones del ser humano —que hallan su punto de máximo perjuicio en la depredación y la ilegalidad— también son la causa del cambio climático que los guardaparques evidencian día a día. Alejandro Caparrós tiene 48 años y trabaja en el Parque Nacional Los Glaciares de Argentina. “Llevo toda la vida siendo guardaparque, y ahora por primera vez puedo ver cómo se están derritiendo los glaciares ante los ojos de todos”, alerta.
Ríos que se secan; nevados que se deshielan, inundaciones y sequías, resultado del calentamiento global, preocupan profundamente a los custodios.
“Éste es el momento de educar, un trabajo que los guardaparques hacemos desde siempre pero que no recibe apoyo, en general por la falta de voluntad de los políticos”, opina Marcelo Sá Gomes. Este brasileño de 34 años se especializó en turismo en la Amazonia. “Cambié de especialidad cuando vi la vida de las comunidades y quise ayudarles desde cerca”, recuerda.
“Somos lo que hacemos”
Para las labores de protección, educación y concientización que se precisan en los parque naturales se necesitan más ojos y manos. “Los principales problemas en Brasil son los traficantes de minerales o los madereros, porque están armados y los guardaparques son escasos. Se estima que para el parque más grande del mundo, Montanhas do Tumucumaque, harían falta más de 2.000 guardas y sólo tiene 15. Es una labor titánica, hace falta más apoyo”, explica el brasileño Airton Ferreira. Es una de las quejas que comparten los representantes de Centro y Sudamérica. Falta de personal y de recursos.
Todos tienen una historia que contar. Y, a lo largo del congreso, no sólo se compartieron vivencias, sino preocupaciones, sueños y una conclusión: Pese a todo lo que han visto y vivido, los guardaparques no pierden la ilusión por su trabajo. “Es lo que somos y lo que hacemos. Esperemos que en la próxima reunión de Copenhague los líderes del mundo tomen alguna decisión que nos ayude a parar el desastre natural que viene”, concluye Caparrós.
Cada año, decenas de guardaparques mueren en todo el mundo cumpliendo su deber de defender la naturaleza. Una ONG trabaja para ayudar a las familias de las víctimas y, por primera vez, da su colaboración en Bolivia.
Sean Willmore tiene 37 años. Fue guardaparque en Australia durante 11 años, hasta que salió a recorrer el mundo. Hace dos años decidió crear la ONG “La delgada línea verde” para ofrecer soporte económico a las familias de guardaparques fallecidos en actos de servicio. “Vi que las circunstancias de las pérdidas de guardas variaban en diferentes partes del mundo y quise contarlo y ayudar en lo posible. Ahora otorgamos a las familias una oportunidad de seguir adelante con sus vidas. No les damos dinero, sino colaboramos con los gastos de los estudios de los hijos o de las viviendas”, explica.
Hasta el momento se habían enfocado sólo en África, debido a su preocupante situación. “Han muerto 155 guardaparques en un solo parque del Congo”, cuenta el director de la Fundación. “Allí la situación política es insostenible”, añade el congoleño Jobogo Mirindi. “Además nos enfrentamos a mineros, cazadores y madereros, todos ellos quieren llevarse parte de la riqueza natural de África y no les importa acabar con cualquiera que se interponga en su camino”.
Este año, por primera vez, la ONG se ha centrado en Bolivia, donde ya han fallecido siete guardaparques en actos de servicio.
La primera familia a la que ayudarán es la de Clemente Cruz, guardaparque fallecido en el Amboró. “En Bolivia, los guardas día a día se juegan la vida. Enfrentamos desde serpientes venenosas hasta narcotraficantes”, explica el guardaparques boliviano Robert Salvatierra.
Jobogo
Mirindi (40 años, República Democrática del Congo) “Por las noches, los animales vienen a refugiarse en nuestro campamento. Saben por instinto que están más seguros con nosotros que ellos solos, porque hay cazadores furtivos por toda el área”.
Andrés Mora (29, Costa Rica) “Hacíamos un control y vimos a unos cazadores furtivos que nos embistieron. Se dio una persecución y los infractores agarraron a uno de mis compañeros y se lo llevaron. Cuando pudimos acercarnos para ayudar, nuestro bote empezó a hundirse”.
Lidia Colipan (30, Argentina) “Mientras me capacitaba, tuvimos que ir de caminata con un guarda especializado. Se perdió y caminamos durante 12 horas, sin agua. Él dijo después, pidiendo disculpas: “Nosotros los guardaparques nunca nos perdemos, a veces nos desorientamos”.
Dharani Dhar Boro (52, India) “El 2004 tuvimos que perseguir y apresar a un grupo de cazadores furtivos de tigres de Bengala, que son especie protegida. Ya habían matado a varios animales en el parque, estuvimos a punto de tener una emboscada, pero fuimos más rápidos”.
Robert Salvatierra (41, Bolivia) “Un amigo y yo queríamos cruzar el Amboró. Después de tres días sin agua llegamos a un río, donde nos encontramos con un tigre a menos de siete metros. Tras unos intensos segundos, el tigre subió a una roca, saltó y desapareció en el monte”.
Por: Cristina C. Ugidos
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